miércoles, 25 de junio de 2008
sábado, 12 de enero de 2008
1989
Hombre desconocido,
De mirada profunda y lejana
¿cómo será tu rostro,
Cómo será tu alma?
Imagino tus ojos,
Brillantes como el alba
Tu piel tersa y morena,
Tu risa clara
Hombre desconocido,
De caricias suaves y amadas
¿está tu alma dolida,
Está tu alma estallada?
….
Hombre desconocido,
Ya conocido
¿has encontrado, acaso, paz en el olvido?
lunes, 11 de junio de 2007
martes, 3 de abril de 2007
Visitante
Viniste desde la penumbra
Encaramándote sobre mis hombros
Heriste con el fuego
La insolencia, la cerrazón, el hastío, la voracidad
Estos despojos que de mí se esparcen
Cierro los ojos para no verte
Pero estás ahí, frente a mí e implacable
Estiro los dedos para tocarte
Y comprobar que eres una sombra
Pero no
Tu cuerpo es tan sólido
Como este invierno que nace
Tus cabellos ya no ríen,
Pero tu carcajada es temible
Tus caricias se vierten heladas
Cada vez que me nombras
Tus pies andan descalzos
Y sangrientos
Tu sexo huérfano, tu humedad ardiente
Qué quieres de mí, qué me imploras
Si no eres más que el umbral de mi memoria
Qué exiges, famélico
De estos brazos que te dejaron muerto
Qué carne blanda buscas
En mi corazón
Qué fibra escondida
Si mi alma abandonó el sentimiento
Hace años ya
Si yerra perdida
Desde que tú y yo
Separamos nuestras vidas
lunes, 6 de noviembre de 2006
Quiero encontrar en tu geografía un hueco que me exija respirar, aunque sólo te lo tome prestado muy de vez en cuando, en las minúsculas horas en que la asfixia sea tan temible que resulte indispensable apropiarme de tu libertad.
Quiero sentir mi carne en carne viva. Gemir hasta el último de los gemidos, sin que importe quién fui en otras vidas, cuál es hoy mi nombre o el color de mis ojos y el color de mis ideas.
Quiero rasgar mi piel en jirones de plata, vestirme de sirena y cantar la magia que sólo conocemos los poetas, los desaforados y los locos.
Quiero envolverme con lo poco que me des, mutar mi identidad día tras día para ser anónima y pasajera. Quiero gritar y sudar y vibrar. Ser la más superflua, la más egoísta, la más primitiva de las primitivas de la Tierra.
Quiero, por una vez, saber lo que se siente si chocan nuestros cuerpos que en esta buena hora intentan encontrarse, sin más incentivo que el placer del orgasmo y la casualidad oportuna de habernos conocido.
Quiero que tus sentidos tracen una línea de saliva en mi espalda, que me vuelvas loca de pasión y así, adicta a la pasión y a tu torrente de palabras, enloquecer.
(No quiero atarme a vos sino a lo que pueda robarte, y volver a encontrarte si la necesidad o el deseo se tornan grandes o insoportables...)
Quiero hacerte el amor con furia, sin detenerme por vergüenza, y luego convertirnos en dos intelectuales un poco frívolos, mientras seamos capaces de amanecer en el boliche sin haber pedido más que dos cervezas.
Quiero -finalmente-, morderte la boca, beber la sangre de tus labios y, como un vampiro solitario, escapar hacia la noche cenicienta a través de una ventana, desvestida de promesas y de lágrimas...
Es un espiral de bruma
y ruido
este instante obscuro
ruin, invierno
que lentamente muere en mí
Polvo y harapos
sueño y brújula
la expresión tardía,
monótona en mi ser
Es un cielo enajenado
de nubes y de humo
trueno, relámpago
Busco en vano
más de una respuesta
en el silencio
en el llanto
y en el fuego blanco
que acaricia
mi costado
Veo
esa luz pálida
a lo lejos
busco
tomar mi luz despacio
entre las manos
jueves, 14 de septiembre de 2006
Definitivamente, no soy ésa.
Sin embargo, el día que llegué me miraron de arriba a abajo, contaron todos mis deditos y hasta escrutaron el color de mis ojos. “Qué hermosa bebé”, dijeron todos. Y tenían razón, lo digo sin falsa modestia.
Tenían razón incluso cuando fui creciendo y miraron mis ojos gris – verdoso, mi lacio cabello castaño, mi naricita respingada y las pecas que surcaban mi carita feliz. “Qué hermosa nena”, afirmaron todos, “Lástima que sea tan introvertida”.
El tiempo pasó lentamente, tan lentamente que en un abrir y cerrar de ojos fui perdiendo la inocencia y la tersura, el color del pelo y la nariz refinada.
Así, casi sin aviso e invadiéndolo todo, llegaron los anuncios y las modelos, los talles pequeños y la anorexia. Ganaron las calles, quisieron imponer su estilo y lo lograron.
Ahora, cada vez que me levanto y veo mis canas, las arrugitas en los ojos, la nariz patricia igualita a la de abuela, las manchitas rubí de mis mejillas… ahora me doy cuenta de que nunca fui, ni seré, la chica hermosa de la propaganda. La del cabello brillante y largo, la de los bucles de oro, la del cutis suave y límpido, la de los dientes blancos y derechos. La del cuerpo que no muestra cicatrices ni flaccideces.
Jamás seré la que resplandece a toda hora en la publicidad de la crema, nunca la que siempre está en forma, la de las carnes firmes y la carente de celulitis. Nunca podré estar siempre relajada y dispuesta, con la sonrisa colgada de la cara, jamás sin el frizz en la cabeza ni las uñas prolijas o el bronceado perfecto. No, no podré ser la jovencita eterna que cautiva a todos, ni la que sale en las portadas de las revistas de moda. Nunca entraré en esos jeans diminutos, ni podré usar el trikini y mucho menos hacer topless. Nunca podré disimular estas ojeras incipientes sin usar demasiado maquillaje. No podré vivir pendiente todo el día de mi cuerpo y mis hormonas.
No podré, así como tampoco podré sentirme poca cosa, pese a ese malestar siniestro que me coge cuando miro sus rostros estupendos en mi televisor o en los carteles.
Nunca podré ser ésa, ésa que llegó triunfante de antemano al reparto de la belleza.
Y no me importa, de verdad no me importa. Aunque a veces mi vanidad me juegue en contra y me invite a cerrar los ojos y apretarlos fuerte, para imaginar por un segundo que sí soy ésa.
Por Mariana V. Fernández