jueves, 14 de septiembre de 2006

DESIGUAL REPARTO DE LA BELLEZA

Definitivamente, no soy ésa.
Sin embargo, el día que llegué me miraron de arriba a abajo, contaron todos mis deditos y hasta escrutaron el color de mis ojos. “Qué hermosa bebé”, dijeron todos. Y tenían razón, lo digo sin falsa modestia.
Tenían razón incluso cuando fui creciendo y miraron mis ojos gris – verdoso, mi lacio cabello castaño, mi naricita respingada y las pecas que surcaban mi carita feliz. “Qué hermosa nena”, afirmaron todos, “Lástima que sea tan introvertida”.
El tiempo pasó lentamente, tan lentamente que en un abrir y cerrar de ojos fui perdiendo la inocencia y la tersura, el color del pelo y la nariz refinada.
Así, casi sin aviso e invadiéndolo todo, llegaron los anuncios y las modelos, los talles pequeños y la anorexia. Ganaron las calles, quisieron imponer su estilo y lo lograron.
Ahora, cada vez que me levanto y veo mis canas, las arrugitas en los ojos, la nariz patricia igualita a la de abuela, las manchitas rubí de mis mejillas… ahora me doy cuenta de que nunca fui, ni seré, la chica hermosa de la propaganda. La del cabello brillante y largo, la de los bucles de oro, la del cutis suave y límpido, la de los dientes blancos y derechos. La del cuerpo que no muestra cicatrices ni flaccideces.
Jamás seré la que resplandece a toda hora en la publicidad de la crema, nunca la que siempre está en forma, la de las carnes firmes y la carente de celulitis. Nunca podré estar siempre relajada y dispuesta, con la sonrisa colgada de la cara, jamás sin el frizz en la cabeza ni las uñas prolijas o el bronceado perfecto. No, no podré ser la jovencita eterna que cautiva a todos, ni la que sale en las portadas de las revistas de moda. Nunca entraré en esos jeans diminutos, ni podré usar el trikini y mucho menos hacer topless. Nunca podré disimular estas ojeras incipientes sin usar demasiado maquillaje. No podré vivir pendiente todo el día de mi cuerpo y mis hormonas.
No podré, así como tampoco podré sentirme poca cosa, pese a ese malestar siniestro que me coge cuando miro sus rostros estupendos en mi televisor o en los carteles.
Nunca podré ser ésa, ésa que llegó triunfante de antemano al reparto de la belleza.
Y no me importa, de verdad no me importa. Aunque a veces mi vanidad me juegue en contra y me invite a cerrar los ojos y apretarlos fuerte, para imaginar por un segundo que sí soy ésa.
Por Mariana V. Fernández

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