lunes, 6 de noviembre de 2006

Fortuito

Quiero encontrar en tu geografía un hueco que me exija respirar, aunque sólo te lo tome prestado muy de vez en cuando, en las minúsculas horas en que la asfixia sea tan temible que resulte indispensable apropiarme de tu libertad.
Quiero sentir mi carne en carne viva. Gemir hasta el último de los gemidos, sin que importe quién fui en otras vidas, cuál es hoy mi nombre o el color de mis ojos y el color de mis ideas.
Quiero rasgar mi piel en jirones de plata, vestirme de sirena y cantar la magia que sólo conocemos los poetas, los desaforados y los locos.
Quiero envolverme con lo poco que me des, mutar mi identidad día tras día para ser anónima y pasajera. Quiero gritar y sudar y vibrar. Ser la más superflua, la más egoísta, la más primitiva de las primitivas de la Tierra.
Quiero, por una vez, saber lo que se siente si chocan nuestros cuerpos que en esta buena hora intentan encontrarse, sin más incentivo que el placer del orgasmo y la casualidad oportuna de habernos conocido.
Quiero que tus sentidos tracen una línea de saliva en mi espalda, que me vuelvas loca de pasión y así, adicta a la pasión y a tu torrente de palabras, enloquecer.
(No quiero atarme a vos sino a lo que pueda robarte, y volver a encontrarte si la necesidad o el deseo se tornan grandes o insoportables...)
Quiero hacerte el amor con furia, sin detenerme por vergüenza, y luego convertirnos en dos intelectuales un poco frívolos, mientras seamos capaces de amanecer en el boliche sin haber pedido más que dos cervezas.

Quiero -finalmente-, morderte la boca, beber la sangre de tus labios y, como un vampiro solitario, escapar hacia la noche cenicienta a través de una ventana, desvestida de promesas y de lágrimas...
De la sombra a la luz
Es un espiral de bruma
y ruido
este instante obscuro
ruin, invierno
que lentamente muere en mí
Polvo y harapos
sueño y brújula
la expresión tardía,
monótona en mi ser

Es un cielo enajenado
de nubes y de humo
trueno, relámpago

Busco en vano
más de una respuesta
en el silencio
en el llanto
y en el fuego blanco
que acaricia
mi costado

Veo
esa luz pálida
a lo lejos

busco
tomar mi luz despacio
entre las manos

jueves, 14 de septiembre de 2006

DESIGUAL REPARTO DE LA BELLEZA

Definitivamente, no soy ésa.
Sin embargo, el día que llegué me miraron de arriba a abajo, contaron todos mis deditos y hasta escrutaron el color de mis ojos. “Qué hermosa bebé”, dijeron todos. Y tenían razón, lo digo sin falsa modestia.
Tenían razón incluso cuando fui creciendo y miraron mis ojos gris – verdoso, mi lacio cabello castaño, mi naricita respingada y las pecas que surcaban mi carita feliz. “Qué hermosa nena”, afirmaron todos, “Lástima que sea tan introvertida”.
El tiempo pasó lentamente, tan lentamente que en un abrir y cerrar de ojos fui perdiendo la inocencia y la tersura, el color del pelo y la nariz refinada.
Así, casi sin aviso e invadiéndolo todo, llegaron los anuncios y las modelos, los talles pequeños y la anorexia. Ganaron las calles, quisieron imponer su estilo y lo lograron.
Ahora, cada vez que me levanto y veo mis canas, las arrugitas en los ojos, la nariz patricia igualita a la de abuela, las manchitas rubí de mis mejillas… ahora me doy cuenta de que nunca fui, ni seré, la chica hermosa de la propaganda. La del cabello brillante y largo, la de los bucles de oro, la del cutis suave y límpido, la de los dientes blancos y derechos. La del cuerpo que no muestra cicatrices ni flaccideces.
Jamás seré la que resplandece a toda hora en la publicidad de la crema, nunca la que siempre está en forma, la de las carnes firmes y la carente de celulitis. Nunca podré estar siempre relajada y dispuesta, con la sonrisa colgada de la cara, jamás sin el frizz en la cabeza ni las uñas prolijas o el bronceado perfecto. No, no podré ser la jovencita eterna que cautiva a todos, ni la que sale en las portadas de las revistas de moda. Nunca entraré en esos jeans diminutos, ni podré usar el trikini y mucho menos hacer topless. Nunca podré disimular estas ojeras incipientes sin usar demasiado maquillaje. No podré vivir pendiente todo el día de mi cuerpo y mis hormonas.
No podré, así como tampoco podré sentirme poca cosa, pese a ese malestar siniestro que me coge cuando miro sus rostros estupendos en mi televisor o en los carteles.
Nunca podré ser ésa, ésa que llegó triunfante de antemano al reparto de la belleza.
Y no me importa, de verdad no me importa. Aunque a veces mi vanidad me juegue en contra y me invite a cerrar los ojos y apretarlos fuerte, para imaginar por un segundo que sí soy ésa.
Por Mariana V. Fernández

sábado, 26 de agosto de 2006

"si fui flojo, si fui ciego,
sólo quiero que comprendan
el valor que representa
el coraje de querer". ALFREDO LEPERA

miércoles, 23 de agosto de 2006

“Con mi libre albedrío haré lo que quiera”,
Le dijo el Hombre a Dios, recostado sobre el árbol prohibido
Dio un mordisco a su manzana
Abrió grande los brazos
Y gritó con todas sus fuerzas
Para que Dios lo tuviera claro
Y entonces Dios dijo “Es cierto,
¿qué puedo objetarle si con ese fin se lo he dado?”

Después de ese acontecimiento fortuito,
Ya saben ustedes qué nos ha deparado la Historia...
A veces pienso
Que si hoy se levantaran de sus tumbas

Luther King
Mahatma Gandhi
Teresa de Calcuta
San Francisco de Asís
El Che

Se caerían de espaldas
Morirían de nuevo
Se suicidarían

Al ver en qué se ha convertido
Ese mundo de paz y esperanza
Por el que lucharon
Y dieron la vida

viernes, 18 de agosto de 2006

Buenos Aires hostil

Un día soleado de invierno, y en esta oficina sin ventanas no me queda más opción que recordar lo que he visto antes. Juncal y Suipacha ya es parte de la zona refinada de este Buenos Aires polifacético, y yo me encuentro confinada aquí, en un ámbito que no me pertenece pese a su cotidianeidad.
Lo que me asombra del barrio es su carencia absoluta de afinidad con las personas como yo, que amamos nuestro lugar simple y cálido, lejos del centro y de los horarios. Pero la hostilidad de estas calles con mi corazón no significa absolutamente nada: puedo, debo adaptarme.
Lo más terrible es la profunda dicotomía que ofrecen la Plaza San Martín, la avenida Santa Fe, los hoteles, con los dos o tres linyeras que duermen cerca de los peldaños de la iglesia del Socorro. Uno de ellos me inspira una verdadera ternura: verlo tiritar bajo una raída manta en este invierno a veces tan frío y tan lluvioso, me hace sentir que algo no está del todo bien en Juncal y Suipacha. No puedo entender la tristeza y el hambre, la miseria y la desidia, cuando en el bar de enfrente los habitués beben sus tragos sin mirar hacia atrás. Yo, por más que quiera, no puedo ignorarlo. Pero a veces también olvido recordarlo.
Juncal y Suipacha amanece, y él está allí. Juncal y Suipacha anochece, y él ya se ha ido. Me pregunto dónde estará, dónde descansará su cuerpo castigado, mientras las luces de los negocios se encienden y los vecinos apurados, e incluso yo, corremos de un lado hacia otro para escondernos en nuestra confortable coraza, cuatro paredes desde las cuales olvidamos que la pobreza no duerme mientras Juncal y Suipacha está quieta.
Es triste, pero es así… mientras el pobre linyera se acurruca y desfallece de hambre en la escalera de una iglesia de alcurnia, en la calle Arroyo se vende un dibujo de Kuitca por 50.000 pesos… En fin: podría escribir un millón de palabras, pero para qué.
Parece que hay personas que se ciñen a las costumbres y se llaman a sí mismos “cultores de la buena moral”. Ellas no aceptan a estos seres libres y afortunados, que caminan descalzos y chapotean en los charcos, porque piensan que se exponen a mancharse la corbata y eso no es recomendable.
Estas personas se sientan erguidas tras sus escritorios de ascendentes oficinistas, y pregonan con autosuficiencia que al éxito hay que alcanzarlo a como dé lugar, aunque rueden cabezas y corra la sangre.
Por eso, no toleran a aquellos seres desordenados y tibios, que le cantan al sol y se emocionan cuando la gente les sonríe, o si reciben un poema de regalo en un día cualquiera, y que se sientan en la vereda a observar una fila de hormigas trepando hacia un malvón.
Si te quitaras los anteojos y aflojaras el nudo de tu corbata, verías mejor las cosas y estarías más tranquilo.
De qué sirve viajar apretado en un tren, acelerar el paso en las estaciones sólo porque otros lo hacen, llegar a la hora precisa y no encontrar a nadie, asumir la rutina cotidiana de apagar el reloj - apurar el café - sacar la basura y ganar la calle... si aún así ( siendo tan correcto ) señalás con dedo acusador a quien se atreve a querer y es sensible, si no comprendés que más allá de tus cristales existen otras vidas respetables y torrentes de pasión puestos en las cosas sencillas. Si no caés en la cuenta de que es grato ser buena persona y si al final es por eso que te van a medir en la mala hora...